Dejar de Juzgar y Empezar a Acompañar

Voy a confesarlo con total honestidad: durante mucho tiempo, yo no entendía la depresión. En mi mente, era un concepto abstracto, una especie de tristeza autoindulgente que la gente se fabricaba por “tonterías”. Mi lógica era simple y, ahora lo veo, increíblemente arrogante: si la solución estaba en uno mismo, ¿por qué no simplemente la tomaban? Esta visión del mundo, tan sólida y clara para mí, se hizo añicos el día que descubrí la verdad sobre una de las personas que más quiero en este mundo. Ese día empezó una lección de humildad que cambió mi forma de ver la mente humana para siempre.

Mi muro de prejuicios

Incluso teniendo pruebas cerca, mis prejuicios eran firmes. Una de mis mejores amigas ha lidiado toda su vida con la química de su cerebro, acudiendo a psiquiatras que le recetaban medicamentos para suplir lo que su cuerpo no generaba. Yo lo sabía, pero de alguna manera, lo archivaba como “una excepción”. Para el resto, seguía pensando que había mentes fuertes y mentes que no lo eran tanto, y que todo era cuestión de voluntad. Mi ignorancia me hacía juez y parte de realidades que apenas era capaz de comprender.

Depresión: Lo que Tuve que Aprender para Dejar de Juzgar y Empezar a Acompañar

La Grieta en el Muro: Cuando la Realidad te Golpea

Un día, la vida me sentó de golpe. Me enteré de que esa persona tan cercana a mí no solo sufría de depresión, sino que su dolor era un abismo tan profundo que, en un par de ocasiones, había intentado acabar con su vida.

En ese instante, todo mi castillo de opiniones infundamentadas se vino abajo. El concepto de “depresión” dejó de ser una teoría y se convirtió en una herida real y sangrante en alguien a quien amaba. Comprendí que, por más fascinante que me pareciera la mente humana, por más libros que hubiera leído, mi conocimiento era una cáscara vacía porque nunca lo había experimentado en carne propia. No se trataba de “tonterías”. Se trataba de un sufrimiento tan inmenso que la muerte parecía una salida. Y yo, en mi soberbia, no había sido capaz de verlo.

La verdadera lección: empatía en lugar de entendimiento

He tenido momentos de tristeza y bajones en mi vida, quizás depresiones leves que ni siquiera noté como tales. Pero nunca, ni en mis peores momentos, he llegado a tener pensamientos tan extremos. Y ahí radica la lección más importante que he aprendido: no se trata de “entender” lo que el otro está sintiendo. Es imposible. Cada mente es un universo único y nunca podré caminar dentro de la de otra persona para medir la magnitud de su dolor.

El objetivo no es entender, es ser empático. Es callarse la opinión, dejar de dar soluciones fáciles y simplemente estar. Es aprender a sentarse al lado de alguien en su oscuridad sin sentir la necesidad de encender la luz, sino simplemente acompañar. Es estar disponible para cuando esa persona, si puede y quiere, extienda la mano, sabiendo que encontrará la tuya sin un juicio al otro lado.

Yo juzgaba la depresión como una elección, ahora entiendo que:

mi deber no es entender, sino acompañar…

Mi viaje para comprenderla sigue, pero ya no desde la arrogancia del que cree tener respuestas, sino desde la humildad del que sabe que su único papel es ofrecer un espacio seguro. A veces, el mayor acto de amor no es tratar de arreglar a alguien, sino simplemente ser un testigo compasivo de su lucha, recordándole que, aunque no entiendas su dolor, su mano no está sola.

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