Soy una Tabula Rasa

Muchos de nosotros cargamos con un anhelo silencioso, casi invisible, que nos acompaña desde la infancia: la búsqueda de la validación de un padre o una madre. Quizás lo único que queríamos era un abrazo que no llegó, unas palabras de aliento en el momento justo, o simplemente una conversación donde sintiéramos su interés genuino. Yo pasé muchos años en esa búsqueda inconsciente de la aprobación de mi papá. Hoy, a través de un largo proceso, veo a ese niño herido que fui, pero lo veo con conciencia y compasión. Este artículo es sobre cómo dejé de esperar lo que no tuve y empecé a construirlo dentro de mí para poder sanar.

El Niño Herido y el Padre con sus Propias Batallas

Mirando hacia atrás, reconozoco a ese niño interior que solo quería sentirse visto por su padre. Esa herida, la de no tener esas conversaciones o ese afecto, marcó mucho de lo que fui. Sin embargo, los últimos años de su vida trajeron una pequeña apertura, un intento, quizás, de recuperar el tiempo perdido. Y en esa cercanía tardía, entendí algo fundamental: él también tenía sus propias luchas.

Llegué a la clara convicción de que no somos quién para juzgar a nadie, y mucho menos a nuestros padres. Antes de ser padres, fueron simplemente personas, con sus propias heridas, sus limitaciones y sus batallas internas. Entender que él no era la excepción, que su aparente distancia o desinterés no era necesariamente sobre mí, sino un reflejo de su propio mundo interior, fue el primer paso para liberarme del peso del reclamo.

“Tabula Rasa”: Crear un Espacio para Sanar

A pesar de esa comprensión, el vacío de lo que faltó seguía ahí. Las pláticas que no se tocaron, los temas que quedaron en silencio. ¿Cómo se sana la ausencia? No podemos cambiar el pasado. Así que decidí hacer algo diferente. Decidí construir una “tabula rasa” —una pizarra en blanco— en mi mente y en mi corazón.

Este espacio interior se convirtió en mi lugar sagrado para sanar. En él, me permito tener las conversaciones que nunca ocurrieron. Me imagino contándole mis pasiones y “escucho” de su parte las palabras de interés y orgullo que tanto necesité. Le hago las preguntas que se quedaron en el aire y me doy a mí mismo las respuestas más compasivas. No es un acto de ficción para engañarme; es un acto consciente de autosanación. Es convertirme yo mismo en la fuente de la paz y el consuelo que buscaba afuera. Es, en esencia, darme a mí mismo el amor que me faltó de la forma en que lo necesitaba.

El Perdón en Dos Direcciones

Este proceso de “tabula rasa” me ha llevado a un lugar de serenidad, sin rencor. Me ha permitido perdonar, pero no solo a él. Ha sido un perdón en dos direcciones. Perdonarlo a él por no haber sabido o podido darme lo que yo necesitaba, y perdonarme a mí por haber pasado tantos años buscando algo que él no podía darme. Es un perdón mutuo por lo que, desde nuestras propias limitaciones, no supimos llevar.

No podemos reescribir la historia, pero siempre podemos decidir cómo nos la contamos a nosotros mismos a partir de hoy.

Y quizás, esa es la verdadera libertad.

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