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Hace unas semanas, mi perspectiva sobre la vida y el bienestar dio un giro. Mi madre se sintió mal. Días de estrés acumulado, no comunicados, pero presentes, habían detonado una serie de desequilibrios internos que llevaron a su sistema inmunológico y nervioso casi al colapso. Los estudios revelaron que la mayoría de sus niveles estaban peligrosamente alterados; el diagnóstico del médico, amigo de la familia, fue contundente: su sistema estaba al borde de una trombosis, entre otras complicaciones graves.
La noticia nos asustó a todos. Nos forzó a confrontar una pregunta que nadie quiere hacerse: ¿qué haríamos si mi madre llegara a faltar? Ese sentir, esa inminencia de pérdida, llegó profundo a ella. Mi madre es una persona que ama vivir, no solo de palabra, sino con cada acto. Esta revelación la llevó a una reflexión profunda que culminó en una decisión radical y personal: cortar de tajo con hábitos que, aunque normalizados, no eran saludables. Dejó el consumo de azúcar, de harinas y de muchos otros alimentos que el organismo no necesita, a pesar de que la sociedad nos ha convencido de su “necesidad”.
Hoy, mi madre está mucho mejor, consciente de su cuerpo y de lo que realmente necesita, atendiéndolo con dedicación y esmero. Aún le falta camino por recorrer, pero esa decisión de pisar fuerte sobre los malos hábitos, de priorizar su bienestar, fue enteramente suya. Es una lección viviente de que la voluntad personal es el motor más poderoso para el cambio.
Esta experiencia no solo transformó a mi madre; se convirtió en un catalizador para quienes la rodeamos. Mis hermanas están implementando hábitos más saludables en su día a día, un cambio que me llena de alegría. No se trata de un capricho o una moda, sino de una consciencia profunda que se transmite con el ejemplo, especialmente a los más pequeños en sus hogares.
Por mi parte, reafirmo mi compromiso de mantenerme lo más saludable posible a través de la alimentación, el ejercicio, sesiones de meditación y otras prácticas que me sirven para mantenerme conectado conmigo mismo. Es un recordatorio diario de que el bienestar es una construcción activa, no un estado pasivo.
no tenemos que esperar a que una catástrofe ocurra si en el día a día podemos hacer cosas para estar lo mejor posible, con salud y felices.
La gran lección que extraigo de esta situación es clara y urgente: no tenemos que esperar a que una catástrofe ocurra si en el día a día podemos hacer cosas para estar lo mejor posible, con salud y felices. Hay cosas inevitables en la vida, como la muerte, pero que esta no sea por un descuido o una falta de atención consciente a nuestro propio templo.
La historia de mi madre es un testimonio vibrante de que el poder de cambiar y sanar reside en cada uno de nosotros. Es una invitación a escuchar a nuestro cuerpo, a tomar decisiones valientes y a construir activamente una vida plena, sin esperar a que el precipicio nos fuerce a mirar hacia adentro.