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Tengo postales muy claras de mi niñez. Días de campo improvisados al lado de la carretera, el viento en la cara mientras me balanceaba en un columpio hecho con una tabla y una cuerda amarrada a un árbol. Recuerdo el sabor de los sándwiches y el sonido de las risas. Recuerdo las noches y las historias de mi padre sobre la viejita que pasaba por la calle. Recuerdo una felicidad simple y perfecta. Pero, como aprendí más tarde, la vida no es un lugar fijo.
Con el paso de los años, todo eso cambió. Situaciones que un niño no entiende hicieron que mis papás se separaran, y con ello llegó el hueco de la ausencia de mi padre. No porque dejara de existir, sino porque la vida lo alejó de las nuestras. Ese fue mi primer gran encuentro con la lección más fundamental de todas: lo único permanente en la vida es el cambio.
Hoy te sientes feliz, mañana puede que no tanto, o incluso puedes estar triste. Entender que todo es transitorio nos libera de cargas inmensamente pesadas. Nos exime de pensar que las cosas siempre tienen que ser iguales, de anclarnos con nostalgia a situaciones que ya no existen. Esas situaciones, sin embargo, no se borran; conforman nuestra historia. Y es gracias a esa historia, con sus luces y sus sombras, que hoy podemos ser más conscientes y empáticos con las personas que nos rodean.
Entender que todo es transitorio nos libera de cargas inmensamente pesadas.
En medio de todo ese cambio, de esa inestabilidad, hubo una presencia que nunca dejó de estar: la de mi madre. Ella se convirtió en el ancla. En su infinita comprensión y su manera de ver las cosas, siempre se esforzó por darnos lo mejor posible. Hizo sacrificios que en su momento no fuimos capaces de ver, pero que, como semillas plantadas en silencio, dejaron una huella imborrable que nos convirtió en lo que somos hoy: personas de bien.
Sí, tuvimos carencias materiales, pero fuimos ricos en lecciones que hoy son un tesoro. Con el pasar de los años, esas lecciones incluso han ido tomando un significado nuevo y más profundo. Todo ello nos hace ser quienes somos.
Una mujer a la que la vida ha llevado por sendas que muchos consideraríamos demasiado dolorosas, pero que, lejos de romperla, la han pulido.
Y por eso, este artículo, que parece no tratar de nada en específico, en realidad lo trata de todo. Es un vehículo para expresar mi gratitud por la vida, y muy especialmente, por tener la madre que tengo. Una mujer a la que la vida ha llevado por sendas que muchos consideraríamos demasiado dolorosas, pero que, lejos de romperla, la han pulido.
Hoy veo a una mujer que disfruta la vida al máximo, que aprovecha cada momento y que, directa o indirectamente, nos sigue dando lecciones. Se ha convertido en un referente en nuestra familia, en el ejemplo vivo de lo que significan las palabras resiliencia, fuerza, coraje y valentía. Es la prueba de que aceptar el cambio no es resignarse, sino adaptarse, luchar y encontrar la manera de florecer, sin importar la dureza del terreno.