Una Reflexión sobre la Adicción y los Límites de la Ayuda

Estoy consciente de que todos, en algún momento, podemos tener una adicción. Al cigarro, al alcohol, a una emoción como el enojo o incluso a la soledad. Mientras seamos conscientes y capaces de poner límites, mantenemos cierto control. La decisión es personal. Pero el verdadero problema, el abismo, se abre cuando perdemos ese control y la adicción es la que toma el volante. Hoy quiero hablar de ese punto de no retorno, no desde la teoría, sino desde la experiencia de ser testigo presencial de cómo alguien a quien considero mi hermano fue consumido por su adicción.

El Espejo Roto: Cuando la Realidad se Manifiesta

Él era una persona a quien admiraba, alguien que parecía tener una vida envidiable en todos los sentidos. Sin que las personas a su alrededor nos diéramos cuenta, estábamos frente a un adicto al cristal. No sé por cuánto tiempo lo consumió en secreto, pero llegó un punto en que fue imposible ocultarlo. Comenzó con ansiedad, se le notaba desesperado, sudoroso, despues crisis muy fuertes de aislamiento, una paranoia que lo devoraba y dolores físicos que en sus peoresa crisis lo consumían. La persona que conocíamos se estaba desvaneciendo frente a nosotros, reemplazada por la sombra de su adicción.

Un Intento Desesperado por Entender

Mi mente no podía procesarlo. No soy ajeno a la idea de alterar la conciencia con un propósito. He participado en ceremonias de ayahuasca y he probado la marihuana, siempre desde una perspectiva de autoconocimiento. Parto de la idea de que lo que la naturaleza provee, usado con medida, respeto y en un contexto ritual o terapéutico, puede ser una herramienta poderosa de sanación. Mi creencia es que no se puede opinar de algo sin conocerlo. Pero algo sintético como las metanfetaminas siempre me causó un profundo respeto y temor.

Entendí que:

al principio, la sensación puede ser inofensiva, tentadora, un generador de placer que te invita a volver.


A pesar de eso, en mi desesperado intento por entender por qué alguien como mi hermano cayó en ese bache, comencé a indagar por cuenta propia. Llegué a probar varias de esas sustancias. Quería saber qué sentía él, qué lo había atrapado. Y lo entendí: al principio, la sensación puede ser inofensiva, tentadora, un generador de placer que te invita a volver.

una Pared de Cristal

Después de mi incursión, mi primer pensamiento fue el que cualquiera tendría: “¿Qué puedo hacer para ayudarlo?”. La respuesta que recibí de su propia voz fue un muro de cristal contra el que se estrellaron todas mis intenciones. Me dijo: “Es lo mejor que he hecho y no pienso dejarlo”.

En esa frase, con esa claridad brutal, entendí la lección más dolorosa de todas: no se puede brindar ayuda si del otro lado no hay ni el más mínimo deseo de recibirla. Mi amor, mi preocupación y mi deseo de ayudar no servían de nada frente a una decisión tan contundente, una decisión que ya no era suya, sino de la adicción que hablaba por él.

El dolor de la impotencia

Me quedo con un aprendizaje final y muy amargo. Cuando una adicción toma el control total de la conciencia, la persona ya no tiene poder de decisión. En ese punto, ya no se puede salir del bache solo. La única salida depende totalmente de que esa persona logre, en un momento de lucidez, solicitar ayuda externa y profesional.


Hoy, él mismo siento que rehúye los reencuentros con amigos. Quizás para no evidenciar su estado, para no enfrentar reclamos o miradas de lástima. Y lo último que uno querría es reclamarle algo. Uno solo quisiera poder acompañar en el proceso, estar ahí, sostener la mano en silencio. Pero eso, tristemente, ya no depende de mí.

Solo queda esperar, con la puerta abierta y el corazón en la mano, por si algún día decide pedir la ayuda que uno piensa tanto necesita.

Enter your email

Your form submitted successfully!

Sorry! Your form was not submitted properly, please check the errors above.