El Universo susurra

En mi oración diaria, siempre incluyo una petición: la de poder ver las señales que se me muestran y entender el aprendizaje que traen consigo. Parto de una convicción profunda: el universo, la divinidad, la vida misma, está en constante comunicación conmigo. No a través de grandes mandatos, sino a través de susurros, de pequeños guiños, de “señales” que son, en esencia, las respuestas a las preguntas que llevo por dentro.

He observado que, aunque las señales están siempre presentes, a menudo camino a ciegas, incapaz de notarlas. Este artículo es una reflexión sobre por qué ocurre esto y cómo podemos entrenarnos para ver lo que siempre ha estado frente a nosotros.

El Ruido que Me Ensordece: ¿Por Qué No Veo las Señales?

Si las respuestas están siempre disponibles, ¿por qué me cuesta tanto verlas? Creo que hay varias razones. La principal es la distracción. Vivo inmerso en un ruido constante —el del trabajo, las redes sociales, las preocupaciones diarias— que crea una estática mental y me impide sintonizar con las frecuencias más sutiles. Mi atención está tan enfocada en lo urgente, en lo material, en el exterior, que no dejo espacio para lo importante, lo esencial, lo interior.

Otras veces, simplemente no quiero ver. Una señal puede apuntar hacia un cambio que me da miedo, hacia una verdad incómoda sobre mí mismo o una relación. Es más fácil ignorar el susurro que enfrentar la decisión que me exige. Y finalmente, a veces no las veo porque no creo en ellas; no he abierto la posibilidad de que la vida pueda comunicarse de esa forma, y por lo tanto, mis ojos no están entrenados para buscar.

El universo no me da lo que quiero, me da lo que necesito para aprender.

Sintonizar con la Vibración Correcta

Las señales forman parte de la vibración en la que me encuentro. Si mi vibración es de estrés, caos y prisa, solo percibiré señales que confirmen ese estado. Para ver las otras, las que guían y dan paz, necesito cambiar de sintonía. ¿Cómo lo hago? Callando el ruido.

La meditación, pasar tiempo en la naturaleza, escuchar mi cuerpo, o simplemente dedicar unos minutos al día al silencio y a la observación sin juicio, son prácticas que me ayudan a bajar el volumen del exterior y a subir el del interior. Es en ese estado de calma y receptividad cuando empiezo a notar las coincidencias significativas: la canción que suena con la letra justa, el libro que se cae abierto en la página que necesitaba leer, la conversación ajena que escucho y que responde a mi duda, el animal que se cruza en mi camino con un simbolismo especial para mí.

las respuestas dependen de mi

Las señales no suelen ser letreros de neón. Son sutiles y personales. La clave es entender que esas señales siempre están ahí, pero las respuestas que busco dependen enteramente de mi capacidad para verlas e interpretarlas. No hay un diccionario universal de señales; su significado es una conversación íntima entre el universo y yo.

Cuando lanzo una pregunta al mundo con una intención clara, mi percepción se agudiza para encontrar la respuesta. El universo no me da lo que quiero, me da lo que necesito para aprender. Y esas lecciones vienen empaquetadas en forma de señales. Mi trabajo es estar lo suficientemente presente y consciente para desenvolver el regalo, entender el mensaje y tener el coraje de aplicarlo en mi vida.

Creo que la vida es un diálogo. Dejar de verla como una serie de eventos aleatorios y empezar a verla como una conversación llena de pistas y señales, lo cambia todo. Me hace sentir acompañado, guiado y parte de algo mucho más grande. El universo no está en silencio; soy yo el que tiene que aprender a escuchar sus susurros. Y en esos susurros, siempre, siempre, están las respuestas.

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